Nunca han estado más de actualidad los títulos “Limpio, Bueno y Justo” de nuestra organización. Términos como ecológico, natural o artesano están monopolizando la comunicación comercial y seudocientífica de los productos y alimentos, para definir lo supuestamente saludable a través de los mensajes publicitarios y las etiquetas diseñadas por el marketing.
Pero la condición de saludable no puede ser autónoma en estos tiempos: el alimento se ha obtenido desde la agricultura y la ganadería con la agresión correspondiente al planeta. Y También los productores pueden sufrir daños al participar en el proceso de producción de alimentos para que otros coman bien.
En una visión curiosa y honesta deberíamos mirar los efectos que causa nuestra alimentación a nuestro alrededor. Nuestro afán por comer saludable puede causar perjuicios en agua, aire, tierra y sobre todo en la salud y en la dignidad de las personas.
El mismo consumo de frutas y verduras lleva aparejado el empleo de muchos recursos hídricos y pesticidas. Por no hablar de la cuestión del transporte de alimentos procedentes de países lejanos, con la contaminación por CO2 que producen en su viaje.
Las frutas y verduras –por ser muy perecederas-, aumentan el riesgo de desperdicio alimentario si no se tienen precauciones. Los hogares europeos desperdician miles de millones de kilos de frutas y verduras, además de lo que tira el resto de participantes en la cadena alimentaria. Y es que desperdiciar supone desaprovechar recursos empleados en su producción.
Y por último, hay que ser conscientes del origen de nuestros alimentos considerados saludables, que a veces vienen de países con una laxa legislación laboral, incapaz de proteger derechos y retribuciones de los productores. De ese modo, aunque sea saludable, el alimento deja de ser justo en su naturaleza.
Y es que comer sano debe integrar las tres claves: bueno, limpio y justo, para no perjudicar la salud física y ética del hombre y del planeta. Pero esto no aparece en los mensajes de marketing.
Charo Barrios